martes, 30 de mayo de 2017

DíA 815: Naufragio

Precisamente cuando se nubla el viento es que debemos abrir más los ojos.

Tenemos la inercia de cerrar los párpados con tanta fuerza que las pestañas se arrancan entre lágrimas y dolorosa angustia. Cuando el viento se hace denso y oscuro en el camino, las pupilas quedan ocultas tras párpados atemorizados y súbitamente ciegos.

No es solo miedo, es inercia y evasión a lo desconocido, al abismo oculto entre ráfagas invisibles de incertidumbre. 

Es condición humana no querer mirar cuando la arena se precipita lacerante hacia nuestras pupilas. A veces lo que se nos presenta frente a nuestra existencia no es lo deseado y es entonces cuando nuestra esencia se construye sobre huída y negación.

Craso error.

Cuando el viento se nuble y el camino se convierta en uno oscuro e inestable, abre los ojos. Ábrelos hasta que duelan desde lo más profundo. Ábrelos día y noche, hasta que el lagrimal se seque y tengas que frotarlos repetidamente con tus dedos, como quien excava en el desierto en busca de agua. Ábrelos y no dejes que el viento arenoso permita que te salgas del camino, ni que te ciegue lo invisible, ni que el miedo se apodere de tus pasos hacia lo desconocido.

Cuando el camino se haga oscuro y la niebla azote tu rostro, no olvides que tus ojos son el faro. Así que ilumina tus pasos y jamás permitas que la tormenta haga naufragar tu barco.

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jueves, 25 de mayo de 2017

DÍA 814: Desde lo más alto

Mi cuerpo se resiste a abandonar la rutina puertorriqueña de buena mañana. Llevo madrugando desde que me fui de aquella isla del Caribe que me acogió valiente durante 6 años. Bueno, quizás me dio una tregua 3 o 4 días dispersos a lo largo de estas 2 semanas de regreso, no fue mucho más. De cualquier forma no es suficiente, mi cuerpo chirría quejumbroso y palpitante… “déjame descansar de una santa vez, loca”. Mi silencio es la mejor respuesta, diga lo que diga ahora mismo él tiene la razón.

Lo que no saben mi piel y mis entrañas es que el verdadero culpable de todo esto lo tenemos en casa. En la azotea. Viviendo como si el resto de extensiones y órganos no fueran responsabilidad suya. Altiva e incansable. Mi cabeza. Esa pequeña gran inconsciente y, al mismo tiempo, de extremado sentido común. Compleja e incansable.

Mi cabeza. Esa que rumia estridente día y noche todo lo vivido desde la tierna infancia. Quien me hace brotar mil sonrisas y alguna lágrima… en ocasiones todo al mismo tiempo. La culpable de este insomnio y de caer rendida, cuando en ocasiones ni siquiera el sol se oculta en el horizonte, sobre un nuevo sofá con el que ayer estrenamos cojines. Esa cabeza a la que todavía le cuesta asumir todo lo sucedido en las últimas semanas, en los doce meses que anteceden al día de hoy, en los seis años en Puerto Rico y en toda la vida pisando tierra y mar… y en algunas ocasiones hasta cielo.

Mi propia cabeza… esa gran desconocida, con la que convivo cada día procurando llegar a buen entendimiento. Trabajando juntas por una convivencia pacífica y solidaria conmigo misma. Con la que negocio diariamente sentimientos y experiencias. La que me da alegrías y tristezas. La que nunca deja de sorprenderme con sus ocurrencias sensatas, en ocasiones, y fuera de lugar en muchas más.
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Y mientras todo esto sucede en las alturas de mi cuerpo, el resto de mi propio ser intenta seguirle el ritmo con tropiezos, bostezos, ojeras y desgarbamiento. A veces pienso que tengo hiperactividad mental… definitivamente corporal no, pues es imposible seguir el ritmo a la vecina de arriba.

En cualquier caso, la maraca ruidosa e indomable que me mueve por el mundo apoyada sobre un cuello maltrecho y unos hombros cargados de contracturas, me regala momentos inolvidables. De esos que al recordarlos sonsacan sonrisas y encogen el estómago con fuerza.

Me siento afortunada. Mucho. Siempre me he sentido afortunada pero esta nueva etapa que acabo de estrenar me remueve muchas cosas por dentro. Sobre todo porque esa aparente disociación entre mi cuerpo y mi cabeza parece que llega a su fin. Siento mi alma a flor de piel. Porosa y preparada para continuar con una nueva aventura. Motivada, con ilusión y un poco de miedo y expectativa. Pero sobre todo, agradecida y soñadora.

Y así voy pasando estos días, procurando poner en orden cabeza y cuerpo con el único objetivo de lograr que la suma de los dos, el espíritu, logre alzarse en equilibrio sobre ambos para seguir viendo la vida desde lo más alto. 

Siempre lo más bello se disfruta desde las alturas. 

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